Muchas veces hablamos de "aumentar nuestra fe"; sin embargo es necesario conocer y aprender más para así poder crecer en nuestra espiritualidad. En esta nota los invitamos a leer junto a nosotros un fragmento de la encíclica del Papa JUAN PABLO II, REDEMPTORIS MATER. Se trata del punto 3 "Ahí tienes a tu Madre" de la parte 1: María en el Misterio de Cristo.
El evangelio de Lucas recoge el momento en el que « alzó la
voz una mujer de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: « ¡Dichoso el
seno que te llevó y los pechos que te criaron! » (Lc 11,
27). Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús,
según la carne. La Madre de Jesús quizás no era conocida personalmente por esta
mujer. En efecto, cuando Jesús comenzó su actividad mesiánica, María no le
acompañaba y seguía permaneciendo en Nazaret. Se diría que las palabras de
aquella mujer desconocida le hayan hecho salir, en cierto modo, de su
escondimiento.
A través de aquellas palabras ha pasado rápidamente por la
mente de la muchedumbre, al menos por un instante, el evangelio de la infancia
de Jesús. Es el evangelio en que María está presente como la madre que concibe
a Jesús en su seno, le da a luz y le amamanta maternalmente: la madre-nodriza,
a la que se refiere aquella mujer del pueblo. Gracias a esta maternidad
Jesús —Hijo del Altísimo (cf. Lc 1, 32)— es un
verdadero hijo del hombre. Es «carne », como todo hombre: es «
el Verbo (que) se hizo carne » (cf. Jn 1, 14). Es carne y
sangre de María.
Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a
su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: « Dichosos más
bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan » (cf. Lc 11,
28). Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo
de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que
se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.
El mismo paso a la esfera de los valores espirituales se
delinea aun más claramente en otra respuesta de Jesús, recogida por todos los
Sinópticos. Al ser anunciado a Jesús que su « madre y sus hermanos están fuera
y quieren verle », responde: « Mi madre y mis hermanos son
aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen » (cf. Lc 8, 20-21).
Esto dijo « mirando en torno a los que estaban sentados en corro », como leemos
en Marcos (3, 34) o, según Mateo (12, 49) « extendiendo su mano hacia sus
discípulos ».
Estas expresiones parecen estar en la línea de lo que Jesús,
a la edad de doce años, respondió a María y a José, al ser encontrado
después de tres días en el templo de Jerusalén.
Así pues, cuando Jesús se marchó de Nazaret y dio comienzo a
su vida pública en Palestina, ya estaba completa y exclusivamente « ocupado
en las cosas del Padre » (cf. Lc 2, 49). Anunciaba el
Reino: « Reino de Dios » y « cosas del Padre », que dan también una dimensión
nueva y un sentido nuevo a todo lo que es humano y, por tanto, a toda relación
humana, respecto a las finalidades y tareas asignadas a cada hombre. En esta
dimensión nueva un vínculo, como el de la « fraternidad », significa también
una cosa distinta de la « fraternidad según la carne », que deriva del origen
común de los mismos padres. Y aun la « maternidad », en
la dimensión del reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo,
adquiere un significado diverso. Con las palabras recogidas por Lucas
Jesús enseña precisamente este nuevo sentido de la maternidad.
¿Se aleja con esto de la que ha sido su madre según la
carne? ¿Quiere tal vez dejarla en la sombra del escondimiento, que ella misma
ha elegido? Si así puede parecer en base al significado de aquellas palabras,
se debe constatar, sin embargo, que la maternidad nueva y distinta, de la que
Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo
especialísimo. ¿No es tal vez María la primera entre «aquellos
que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen »? Y por consiguiente ¿no
se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en
respuesta a las palabras de la mujer anónima? Sin lugar a dudas, María es digna
de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne («
¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! »), pero también y
sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de
Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque «
guardaba » la palabra y « la conservaba cuidadosamente en su corazón »
(cf. Lc 1, 38.45; 2, 19. 51 ) y la cumplía totalmente en su
vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que el elogio pronunciado por Jesús no se
contrapone, a pesar de las apariencias, al formulado por la mujer desconocida,
sino que viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen, que se
ha llamado solamente « esclava del Señor » (Lc 1, 38). Sies
cierto que « todas las generaciones la llamarán bienaventurada » (cf. Lc 1, 48),
se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar
inconscientemente aquel versículo profético del Magníficat de
María y dar comienzo al Magníficat de los siglos.
Si por medio de la fe María se ha convertido en
la Madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu
Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto
y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús
durante su misión mesiánica. Se puede afirmar que esta dimensión de la
maternidad pertenece a María desde el comienzo, o sea desde el momento de la
concepción y del nacimiento del Hijo. Desde entonces era « la que ha creído ».
A medida que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo,
ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella « novedad »de
la maternidad, que debía constituir su « papel » junto al Hijo. ¿No
había dicho desde el comienzo: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra »? (Lc 1, 38). Por medio de la fe
María seguía oyendo y meditando aquella palabra, en la que se hacía cada vez
más transparente, de un modo « que excede todo conocimiento » (Ef 3,
19), la autorrevelación del Dios viviente. María madre se convertía así, en
cierto sentido, en la primera « discípula » de
su Hijo, la primera a la cual parecía decir: « Sígueme » antes aún de
dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf. Jn 1,
43).
Bajo este punto de vista, es particularmente significativo
el texto del Evangelio de Juan, que nos presenta a María en
las bodas de Caná. María aparece allí como Madre de Jesús al comienzo de su
vida pública: « Se celebraba una boda en Caná de Galilea y
estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus
discípulos (Jn 2, 1-2). Según el texto resultaría que Jesús y sus
discípulos fueron invitados junto con María, dada su presencia en aquella
fiesta: el Hijo parece que fue invitado en razón de la madre. Es conocida la
continuación de los acontecimientos concatenados con aquella invitación, aquel
« comienzo de las señales » hechas por Jesús —el agua convertida en vino—, que
hace decir al evangelista: Jesús « manifestó su gloria, y creyeron en él sus
discípulos » (Jn 2, 11).
María está presente en Caná de Galilea como Madre de
Jesús, y de modo significativo contribuye a aquel «
comienzo de las señales », que revelan el poder mesiánico de su Hijo. He aquí
que: « como faltaba vino, le dice a Jesús su Madre: "no tienen vino".
Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi
hora » (Jn 2, 3-4). En el Evangelio de Juan aquella «
hora » significa el momento determinado por el Padre, en el que el Hijo realiza
su obra y debe ser glorificado (cf. Jn 7, 30; 8, 20; 12, 23.
27; 13, 1; 17, 1; 19, 27). Aunque la respuesta de Jesús a su madre
parezca como un rechazo (sobre todo si se mira, más que a la pregunta, a
aquella decidida afirmación: « Todavía no ha llegado mi hora »), a pesar de
esto María se dirige a los criados y les dice: « Haced lo que él os diga » (Jn 2,
5). Entonces Jesús ordena a los criados llenar de agua las tinajas, y el agua
se convierte en vino, mejor del que se había servido antes a los invitados al
banquete nupcial.
¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su
Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? De todos modos
el hecho es elocuente. Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con
bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de
la maternidad de María. Tiene un significado que no está contenido
exclusivamente en las palabras de Jesús y en los diferentes episodios citados
por los Sinópticos (Lc 11, 27-28; 8, 19-21; Mt 12,
46-50; Mc 3, 31-35). En estos textos Jesús intenta contraponer
sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que
esta « maternidad » (al igual que la « fraternidad ») debe ser en la dimensión
del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios. En el texto
joánico, por el contrario, se delinea en la descripción del hecho de Caná lo
que concretamente se manifiesta como nueva maternidad según el espíritu y no
únicamente según la carne, o sea la solicitud de María por los
hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En
Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana,
aparentemente pequeño y de poca importancia « No tienen vino »). Pero esto
tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre
significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión
mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una
mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus
privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone « en
medio », o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino
en su papel de madre, consciente de que como tal puede —más bien «
tiene el derecho de »— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres.
Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María « intercede
» por los hombres. No sólo: como Madre desea también que se manifieste
el poder mesiánico del Hijo, es decir su poder salvífico encaminado a
socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas
formas y medidas pesa sobre su vida. Precisamente como había predicho del
Mesías el Profeta Isaías en el conocido texto, al que Jesús se ha referido ante
sus conciudadanos de Nazaret « Para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos ... » (cf. Lc 4,
18).
Otro elemento esencial de esta función materna de María se
encuentra en las palabras dirigidas a los criados: « Haced lo que él os diga
». La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz
de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben
cumplirse. para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías. En Caná,
merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da
comienzo a « su hora ». En Caná María aparece como la que cree en
Jesús; su fe provoca la primera « señal » y contribuye a
suscitar la fe de los discípulos.
Podemos decir, por tanto, que en esta página del Evangelio
de Juan encontramos como un primer indicio de la verdad sobre la solicitud
materna de María. Esta verdad ha encontrado su expresión en el
magisterio del último Concilio. Es importante señalar cómo la función
materna de María es ilustrada en su relación con la mediación de Cristo. En
efecto, leemos lo siguiente: « La misión maternal de María hacia los hombres de
ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más
bien muestra su eficacia », porque « hay un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también » (1 Tm 2, 5). Esta
función materna brota, según el beneplácito de Dios, « de la superabundancia de
los méritos de Cristo... de ella depende totalmente y de la misma saca toda su
virtud ».Y precisamente en este sentido el hecho de Caná de Galilea, nos
ofrece como una predicción de la mediación de María, orientada
plenamente hacia Cristo y encaminada a la revelación de su poder salvífico.
Por el texto joánico parece que se trata de una mediación
maternal. Como proclama el Concilio: María « es nuestra Madre en el orden de la
gracia ». Esta maternidad en el orden de la gracia ha surgido de su misma
maternidad divina, porque siendo, por disposición de la divina providencia,
madre-nodriza del divino Redentor se ha convertido de « forma singular en la
generosa colaboradora entre todas las creaturas y la humilde esclava del Señor
» y que « cooperó ... por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida
caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas ».« Y
esta maternidad de María perdura sin cesar en la
economía de la gracia ... hasta la consumación de todos los elegidos »
Si el pasaje del Evangelio de Juan sobre el hecho de
Caná presenta la maternidad solícita de María al comienzo de la actividad
mesiánica de Cristo, otro pasaje del mismo Evangelio confirma esta maternidad
de María en la economía salvífica de la gracia en su momento culminante, es
decir cuando se realiza el sacrificio de la Cruz de Cristo, su misterio
pascual. La descripción de Juan es concisa: « Junto a la cruz de Jesús
estaban su Madre y la hermana de su madre. María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al
discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el discípulo
la acogió en su casa » (Jn 19, 25-27).
Sin lugar a dudas se percibe en este hecho una expresión de
la particular atención del Hijo por la Madre, que dejaba con tan grande dolor.
Sin embargo, sobre el significado de esta atención el « testamento de la Cruz »
de Cristo dice aún más. Jesús ponía en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e
Hijo, del que confirma solemnemente toda la verdad y realidad. Se puede decir
que, si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada
precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge de
la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La
Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca
al hombre —a cada uno y a todos—, es entregada al hombre —a cada uno y a todos—
como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, « el discípulo que él amaba
». Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio no duda en
llamar a María « Madre de Cristo, madre de los hombres ».
Pues, está « unida en la estirpe de Adán con todos los hombres...; más aún, es
verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor
a que naciesen en la Iglesia los fieles ».
Por consiguiente, esta « nueva maternidad de María »,
engendrada por la fe, es fruto del « nuevo » amor, que
maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación
en el amor redentor del Hijo.
24. Nos encontramos así en el centro mismo del cumplimiento
de la promesa, contenida en el protoevangelio: el « linaje de la mujer pisará
la cabeza de la serpiente » (cf. Gén 3, 15). Jesucristo,
en efecto, con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en
sus mismas raíces. Es significativo que, al dirigirse a la madre desde lo alto
de la Cruz, la llame « mujer » y le diga: « Mujer, ahí tienes a tu hijo ». Con
la misma palabra, por otra parte, se había dirigido a ella en Caná (cf. Jn 2, 4).
¿Cómo dudar que especialmente ahora, en el Gólgota, esta frase no se refiera en
profundidad al misterio de María, alcanzando el singular lugar que ella
ocupa en toda la economía de la salvación? Como enseña el
Concilio, con María, « excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa,
se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el
Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del
pecado mediante los misterios de su carne ».
Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz
significan que la maternidad de su madre encuentra una « nueva
» continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia, simbolizada
y representada por Juan. De este modo, la que como « llena de gracia » ha sido
introducida en el misterio de Cristo para ser su Madre, es decir, la Santa
Madre de Dios, por medio de la Iglesia permanece en aquel misterio como « la
mujer » indicada por el libro del Génesis (3, 15) al
comienzo y por el Apocalipsis (12, 1) al final de la
historia de la salvación. Según el eterno designio de la Providencia la
maternidad divina de María debe derramarse sobre la Iglesia, como indican
algunas afirmaciones de la Tradición para las cuales la « maternidad » de María
respecto de la Iglesia es el reflejo y la prolongación de su maternidad
respecto del Hijo de Dios.
Ya el momento mismo del nacimiento de la Iglesia y de su
plena manifestación al mundo, según el Concilio, deja entrever esta continuidad
de la maternidad de María: « Como quiera que plugo a Dios no manifestar
solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu
prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de
Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración, con
las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de
Este" (Hch 1, 14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu
Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación ».
Por consiguiente, en la economía de la gracia, actuada bajo
la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el
momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La
persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María
en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta,
pero esencial, indica el camino del « nacimiento del Espíritu ». Así la que
está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace —por voluntad del
Hijo y por obra del Espíritu Santo— presente en el misterio de la Iglesia.
También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como
indican las palabras pronunciadas en la Cruz: « Mujer, ahí tienes a tu hijo »;
« Ahí tienes a tu madre ».
Bibliografía:
JUAN PABLO II. "Parte 1: María en el Misterio de Cristo" en CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MATER. (1987)
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater.html
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater.html
Finalmente les compartimos una bella canción de la Hermana Glenda para reflexionar y acercarnos a la oración. Ahí tienes a tu Madre, que sea siempre esa la certeza que te lleve a Dios.
¡Oh, bella chao!
No hay comentarios:
Publicar un comentario