A principio de año se nos presentó el lema "Junto a María
abrazamos toda vida" y se nos ha ido repitiendo en algunas ocasiones en
las charlas virtuales. El día sábado María fue la protagonista.
¿Qué se nos viene a la cabeza cuando pensamos en María?
Seguramente puede ser: "la madre de Jesús", "una señora muy
buena", "la mujer perfecta", "nuestra madre", etc.
Quizás se nos vienen a la cabeza un montón de palabras para intentar
describirla, o quizás no. Recordamos todas las cosas que se nos han dicho de
ella a lo largo de toda nuestra vida: la mayoría de estas seguramente habrán
sido buenas y positivas (dichas por quienes le tienen un profundo amor), otras
un tanto frías (de parte de quienes aún no han podido acercarse personalmente a
ella, porque no encuentran el momento oportuno) y, en una menor medida, unas
negativas (provenientes de quienes dicen no creer en ella y la desprestigian).
Lo cierto es que María es la mujer perfecta, la madre perfecta.
Lo que es subjetivo es nuestra vivencia para con ella. Y María es todo lo bueno
y bonito que nos podamos imaginar, es bondadosa, es humilde, es respetuosa, es
compañera, es honesta, es obediente, es amable, es compasiva, es madre.
Es madre de Dios y madre de todos nosotros. ¿Cómo se volvió
madre nuestra? Cuando estaba al pie de la Cruz junto al apóstol San Juan, Jesús
en su lecho de muerte los llamó y les dijo "Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Hijo, ahí tienes a tu madre". Esto tuvo un doble objetivo: el primero,
Jesús no quería que María quedara sola (puesto que era viuda y en ese momento
estaba muriendo su único hijo); el segundo, él quería
dárnosla a todos como madre (siendo Juan nuestro representante). Como vemos,
Jesús nos regaló a su madre, para que nos cuide y nos proteja, de la misma
manera en la que lo hizo con él durante todos esos años.
Sabemos que es nuestra madre, pero ¿la sentimos como
nuestra? Puede ocurrir que muchas veces la dejemos en un segundo plano, como
una simple mujer que fue perfecta en su momento y que es un modelo a seguir,
pero no buscamos acercarnos a ella en lo personal, y esto puede deberse a que
aún no la conocemos, aún no nos hemos dado el tiempo para interesarnos en ella
y buscarla, y amarla.
Una manera para acercarnos a ella es visualizarla como
nuestra mamá, ¡SÍ! Como aquella mujer que nos prepara nuestra comida favorita,
que nos arropa cuando hace frío, que nos cuida cuando tenemos fiebre, que nos
da la mano cuando queremos intentar algo nuevo pero tenemos miedo, que nos escucha
bien atenta y nos da consejos, que nos abraza con el alma (apapacha) cuando
sentimos que no podemos más. Así es María, así es mamá, así de cariñosa, así de
compañera, así de genia. Ella, que hace todo por nosotros desinteresadamente,
solo por amor.
Quizás muchos de nosotros en esta cuarentena, que parece no
tener fin, nos sentimos solos, abatidos, tristes o desamparados, y ella se nos
presenta hoy como una persona a quien recurrir, como nuestro amparo, como la
que con abrazo y unas palabras de amor puede dañar nuestras heridas, ahí en el
calorcito de su manto, donde podemos ponernos y cubrirnos de todo mal; en ella
encontramos consuelo y esperanza, ayuda, y por sobre todo AMOR. Ahí bajo su
manto, donde pareciera que somos intocables, que nadie puede hacernos daño, ahí
estamos en casita, calentitos y cómodos en las noches de invierno. Ahí bajo su
manto nosotros, y ella defendiéndonos como la mujer fuerte y luchadora que es,
sufriendo con nuestro sufrimiento pero al mismo tiempo tranquilizándonos.
Y además de todo esto... ¿Qué se pensaban que eso era todo?
¡Nooo! Ella también es nuestra intercesora, cuando nosotros le pedimos
misericordia a Dios, o cuando le pedimos algún bien para nosotros es ella quien
le dice "Por fi, ayúdalo", es ella quien de alguna forma "da la
cara" por nosotros, como en las Bodas de Canaá, cuando ella se dio cuenta
lo que les faltaba a los anfitriones y sutilmente le dijo a Jesús que los
ayude, y él le obedece y hace ahí su primer milagro. ¡Qué sorprendente el poder
que tiene nuestra madre!
Ella está ahí siempre, siempre que nosotros la queramos de
nuestro lado, lado.
Y quizás también podemos preguntarnos ¿Cómo hacemos para
comunicarnos con ella? Es tan simple como hacer una oración, agradeciéndole,
por sobre todo, y después pidiéndole por aquellas cosas que necesitamos, sobre
todo las espirituales. Hay una oración dedicada a ella, el Avemaría, que se la
propone en la Biblia, como un cántico alegre, porque eso es lo que ella
transmite, alegría. Y que hacer una sola vez tan linda oración puede no
resultar suficiente, por eso se nos propone el Rosario, otro medio de acercarnos
a ella, sabiendo que mediante ella también nos acercamos más a Dios y que es
nuestro camino al cielo.
Animémonos a sentirla cerca de nuestro corazón, a confiar en
ella como confiamos en nuestra madre, o en nuestra abuela, o en aquella figura
femenina que sea más significativa para nosotros. Seamos capaces de
descubrirla, de conocerla, para poder, por sobre todo, amarla tanto como ella
nos ama a nosotros.
Oh Bella Chao!
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